sábado, julio 30, 2005

Sueños de libertad


Bronca cuando quieren que me corte el pelo sin razón, es mejor tener el pelo libre que la libertad con fijador”, así dice parte de la letra de “Marcha de la Bronca”, tema que recuerdo haber escuchado en la interpretación de Gervasio. Este breve mensaje expresa plenamente mi postura contra quienes en más de una oportunidad me han sugerido, y en ocasiones hostigado, a cortarme el pelo, lo cual no entiendo ya que nunca pasa de un largo normal. Debo reconocer eso sí que Dios no me ha privilegiado con una estupenda cabellara, pero unos centímetros más o centímetros menos no marcan una mayor diferencia.

Afortunadamente hoy por hoy no estoy sólo en esta lucha contra nuestro círculo más íntimo de familiares y amigos ya que tengo como camarada a mí amado hijo Diego. Desgraciadamente debo reconocer que no ha resultado nada fácil dar esta contienda ya que la presión es fuerte, no contamos con muchos aliados dispuestos a defender nuestra postura y uno que otro argumento entregado por los adversarios, debo reconocer, tiene su peso.

Hoy sábado hemos tenido nuestra segunda gran derrota durante este año, ha sido un día nefasto en este sentido ya que fuimos forzados a cumplir nuestra palabra. Cerca del medio día concurrimos a una peluquería a cortar nuestra melena, y con ello cercenamos parte de nuestros sueños de libertad. Pero no todo resultó tan negativo ya que la elección del profesional al cual entregamos nuestras cabezas, a la luz de los resultados, no fue la mejor. Como parte de nuestra estrategia, quizás anticipándonos a los resultados, tuve la gran idea de tomar fotos antes y después para luego exhibírselas a algunos de nuestros adversarios, quienes al compararlas denotaban un grado de remordimiento en su rostro por la complicidad en el error cometido.

Como consecuencia hemos salido fortalecidos de esta derrota y guardaré como tesoro las fotos para cuando comience nuevamente el hostigamiento. Por ahora sólo queda dejar su tarea al tiempo.

domingo, julio 24, 2005

Una simple mirada


Cuán poco acostumbrados estamos a leer el lenguaje corporal a pesar de siempre estar recibiendo y enviando mensajes de forma inconsciente. El movimiento de las manos, los brazos, las piernas, los gestos, la forma de pararse, la forma se sentarse, la mirada y así cuantos otros. Si uno aprendiera un poco más este lenguaje podría por ejemplo saber perfectamente cuando una persona es sincera o por el contrario está mintiendo, a menos que sea un experto conocedor de este lenguaje y pudiera controlar de forma consiente su cuerpo.

Pero que sucede cuando no puedes controlar tu cuerpo, cuando este no puede expresar al exterior lo que estás pensando o deseas transmitir, en estas circunstancias es cuando uno reconoce el poder de la mirada, la cual pareciera ser una ventana a abierta al alma de las personas que revela lo más intimo de cada uno. La mirada puede reflejar la angustia, la alegría, el asombro, la duda, el miedo, la tristeza, el dolor, la calma y cuantos otros sentimientos y estados de ánimo.

Mi hijo Diego no tiene el don de controlar su cuerpo y con suerte nos regala en algunas ocasiones, por unos breves instantes, una mirada. Una mirada que pareciera ser simple y sencilla, pero en realidad es compleja e infinita, en la cual busca transmitir todo aquello que calla y guarda en su interior. Es como un grito de desahogo para él y para nosotros, un grito que se podría resumir a pesar de su complejidad en una simple frase “yo también los amo”.

El lenguaje de la mirada es poderoso y cautivante, pero silenciado por el lenguaje hablado y de los gestos. Aprender un poco de el puede ser un poderoso complemento para comunicarnos de mejor forma.

jueves, julio 14, 2005

Una pausa, un descanso

Días atrás tuve la posibilidad de escaparme por unos minutos tras finalizar mi colación y fui con mi sobrino Leonardo a contemplar el maravilloso paisaje que Valparaíso nos regalaba en un esplendido día de sol, que en estos meses de invierno se agradece mucho, rompiendo así con mi acostumbrada rutina. Aproveché que cerca de mi trabajo queda el remodelado Muelle Barón, el cual por muchas décadas fue usado para la descarga del carbón y en algún momento para atender la alta demanda en la época de exportación de fruta.

A partir del año 2002, en el marco de la apertura del borde costero a la ciudadanía, el mulle pasó a ser un paseo ciudadano y día a día es visitado por muchas personas, las cuales seguramente al igual que yo desean escapar por un momento del agotador trabajo haciendo una pausa en su rutina, y para ello nada mejor que contemplando en una panorámica la bahía y cerros de Valparaíso.

Es increíble como a unos pasos del fastidioso tráfico y del ruido de la ciudad es posible encontrar un refugio para relajarse y descansar, aunque sea por unos breves minutos. Agradecía el poder estar ahí en ese momento, contemplando el calmado mar, divisando a la distancia los barcos, algunos de los cuales casi eran tragados por el horizonte, las casas multicolores en los cerros las cuales gracias a un catalejo eran traídas de golpe frente a nuestras narices.

Por unos instantes pude percibir en carne propia una parte ínfima de esa inspiración que los artistas extraen de Valparaíso, la cual debo reconocer no me servirá para crear alguna obra maestra, sino que simplemente para recargar algo de energía.


martes, julio 12, 2005

Tributo a un grande, Pablo Neruda

Hoy 12 de Julio se cumplen 101 años del natalicio de uno de los más grandes poetas que Latioamerica ha regalado al mundo, me refiero Pablo Neruda.

Acá uno de sus poemas que más me encanta.

El viento en la isla


El viento es un caballo:
óyelo cómo corre
por el mar, por el cielo.

Quiere llevarme: escucha
cómo recorre el mundo
para llevarme lejos.


Escóndeme en tus brazos
por esta noche sola,
mientras la lluvia rompe
contra el mar y la tierra
su boca innumerable.

Escucha como el viento
me llama galopando
para llevarme lejos.

Con tu frente en mi frente,
con tu boca en mi boca,
atados nuestros cuerpos
al amor que nos quema,
deja que el viento pase
sin que pueda llevarme.


Deja que el viento corra
coronado de espuma,
que me llame y me busque
galopando en la sombra,
mientras yo, sumergido
bajo tus grandes ojos,
por esta noche sola
descansaré, amor mío.

domingo, julio 03, 2005

La nostalgia, el precio del progreso


El pasado jueves 30 de Junio salio de la estación “Puerto” de Valparaíso el último tren con destino a las ciudades del interior de la Quinta Región, poniendo así término a una larga historia de casi 30 años. En Abril de esta año ya había iniciado su agonía final cuando fue suspendido el servicio entre Villa Alemana y Limache, un hecho que marcaría la cuenta regresiva final.

Los automotores AES (Automotor Eléctrico Suburbano) adquiridos a la FIAT-Concorde de Argentina a finales de la década de los 70 llegaron para reemplazar en aquel entonces a los trenes arrastrados por locomotoras lo cual significó todo una avance para esos años, reduciendo el tiempo del viaje entre Valparaíso y Santiago. Todo parecía marchar muy bien hasta que se produjo en Febrero de 1986 el choque frontal entre dos trenes en la localidad de Queronque, el más grande en la historia ferroviaria de Chile, el cual puso en evidencia la precariedad de la infraestructura ferroviaria y trajo como consecuencia posterior la suspensión del servicio Santiago – Valparaíso.

Muchos tendrán, o mejor dicho tendremos, algún grado de nostalgia ya que con estos trenes también se va parte de nuestras vidas. Durante muchos años fui un incondicional de estos viejos trenes ya que diariamente me trasladaban en un ir y venir entre Limache y la estación Barón del puerto de Valparaíso. Recuerdo que abordaba frecuentemente el tren que salía a las 7:20 hrs. y esos 7 minutos de espera antes de dar inicio al viaje eran un verdadero ritual ya que al subir estaban las caras de siempre, sentadas en los puesto habituales, el señor del asiento del frente tratando de cerrar la venta para evitar que entrara el frío viento del invierno, tampoco faltaban aquellos que trataban de aprovechar al máximo las horas de sueño adicional que regalaba el largo viaje, y finalmente aquél que llegaba justo cuando las puertas ya estaban cerrándose, para él subir sólo dependía de la voluntad del maquinista de turno. Luego, en las estaciones siguientes era todo una rutina, el maquinista marcando los boletos emitiendo ese sonido tan particular al cortar el grueso cartón donde se señalaba la estación de origen, el destino y la fecha del viaje. Cada maquinista tenía su propia forma de solicitar los boletos: “pasajeeeees”, “boleto”,”buenos días, los pasajes”, “tic tic tic” (con el corta boletos), etc. y ninguno respetaba el reponedor sueño de un trasnoche o de un insomnio.

El regreso no era muy distinto, pasada la estación de Villa Alemana eran pocos lo que quedaban abordo, muchos de los cuales dormían al vaivén del tren luego de la agotadora jornada. El tramo entre Peña Blanca y Limache era el más largo en distancia y quizás el más corto en tiempo ya que el conductor daba riendas sueltas a su instinto de piloto logrando obtener de la máquina el máximo de velocidad. Al pasar por Queronque unos tocaban el pito, otros disminuían la velocidad, pero casi ninguno era indiferente al transitar por el sitio de la desgracia. Finalmente, cuando faltaba muy poco para llegar a la estación de Limache sonaba el pito fuerte y largo avisando la llegada, los pasajeros comenzaban a despertarse, pararse y ubicarse lo ante posible junto a las puertas de salidas para descender rápidamente. La salida de la estación era una estampida.

Seguramente en un futuro se narrarán sabrosas anécdotas ocurridas a bordo de un tren, y uno que otro infortunio. Contarán del perro vagabundo que subió en alguna estación el cual trajo más de un mal rato al maquinista, o de aquella vez que el tren quedó detenido en algún sector donde la única alternativa era la paciencia. Así se irá enriqueciendo la historia, y tal vez surja uno que otro mito urbano, sobre este transporte que ya es pasado para la región de Valparaíso.

Ahora sólo queda esperar el ‘nuevo metro’, aquél que nos regalará más horas de vida familiar, mayor comodidad y mejor seguridad. La nostalgia será una vez más el precio que se debe pagar por el progreso.