miércoles, octubre 19, 2005
“Hágase tu voluntad…”
Al orar el Padre Nuestro en la tercera petición uno señala “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y seguramente muchas veces al decirlo de forma repetitiva no logramos dimensionar el grado de sumisión al cual uno se está comprometiendo. Por una parte uno puede estar pidiendo que se realice la voluntad de Dios que consiste en que logremos alcanzar la vida eterna, pero también estamos aceptando sin cuestionamiento alguno los designios que Dios tiene para nosotros para lograr ese objetivo final.
¿Pero qué sucede cuando nos vemos enfrentado a una situación límite que nos es adversa?, de seguro no recordaremos el compromiso que hemos asumido al orar el Padre Nuestro. Lo más probable es que por nuestra condición humana lo veamos como un castigo, nos cuestionemos profundamente y tratemos de pedir explicaciones por una situación que consideramos injusta o bien desmedida. ¿Por qué Dios me castiga?, ¿Qué he hecho de malo para que Dios me trate así?, ¿Por qué yo y no aquellas personas que están más alejadas de él?.
Cuan difícil es en esos momentos poder aceptar la voluntad de Dios, cumplir la palabra del compromiso realizado y seguir uno de los dos mandamientos más importantes que Cristo nos dejó “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Nuestra fe debe ser muy profunda para aceptar sin vacilaciones las pruebas difíciles. De hecho para el mismo Jesús fue difícil aceptar los designios de Dios según se relata en el pasaje del Nuevo Testamento, específicamente en la agonía en el huerto de Getsemaní (“si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” - Mt 26, 38.39), cuando asimiló como humano que era los difíciles momentos que debería enfrentar, lo atormentaba este pensamiento pero finalmente aceptó la volunta del Padre.
Uno quizás pueda comprender de mejor forma, guardando las proporciones claro está, las razones de Dios realizando una comparación con actitudes similares que uno tiene para con un ser amado: un hijo, un sobrino, un hermano, un padre, etc. Cuantas veces uno se ha visto enfrentado a tomar difíciles decisiones que pueden no ser comprendidas del todo, pero que bajo nuestras perspectivas no buscan dañar a la persona amada sino que por el contrario tiene como fin lograr un bien superior posterior. Quizás por lo limitado y parcial de nuestro conocimiento de la grandeza de Dios no logramos ver aquellas cosas que nos conviene.
Debemos tener presente que no somos obligados a orar sino que lo hacemos por convicciones propias, tampoco estamos obligados a creer en Dios ya que el nos ha dado el poder de decisión de aceptarlo o rechazarlo. Lo importante es que si oramos el padre nuestro, logremos asimilar muy bien el grado de compromiso que estamos asumiendo y recordarlo en los tiempos de abundancia y más aún, en los tiempo de las ‘vacas flacas’.
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