El sabroso plato de chuletas de cordero lechón asadas a la cacerola, acompañadas de un exquisito puré picante fue el menú ideal para cargar las calorías suficientes que luego necesitaríamos para capear el frío en nuestro breve viaje a la incipiente nieve caída en la cordillera de la costa. Una vez más nuestro querido Olmué nos invitaba a disfrutar de un paisaje natural abarrotado de aire puro como sólo él sabe regalarnos y por supuesto no podíamos negarnos. Cargamos el auto con los elementos necesarios y partimos calmadamente rumbo al interior ya que disponíamos de todo nuestro tiempo y el día de sol resplandeciente ameritaba disfrutar del paisaje.
Una vez que llegamos a Olmué pasamos a buscar a nuestros acompañantes y dirigimos nuestro rumbo hacia la cuesta de La Dormida, distante a unos 20 minutos del centro. Al poco rato ya estábamos en la cima tomando las fotos de rigor, jugando a tirarnos algo de nieve y moviéndonos ágilmente para no dar tregua al frío. El lugar estaba realmente repleto de automóviles estacionados y en torno a ellos las personas disfrutando del camino cual si fuera un paseo peatonal, sin dar mayor importancia a que por ahí en los días normales circulaban los vehículos a altas velocidades. Inclusive los carabineros que resguardaban el orden no prestaban mayor interés a las diversas infracciones que se cometían pues todo era sólo disfrutar.
El frío comenzaba a calar hondo y estaba a punto llegar a los huesos, el solo desplegaba sus rayos de forma más tenue y la tarjeta de memoria de la cámara indicaba que sólo quedaban unas 5 fotografías por tomar, era el momento de regresar pues el objetivo ya estaba casi cumplido ya que quedaban sólo algunos Mega Byte para inmortalizar algún instante digital. Pero había que quemar todos los cartuchos como dicen por ahí, así que detuve el automóvil por última vez al borde del camino y dirigí el objetivo a una hermosa nube dispuesta justos sobre la cumbre del imponente cerro La Campana y como la idea siempre es tomar más de un ángulo y/o encuadre disparé 4 de las 5 fotos que quedaban, cuando justo en ese momento un señor de edad que llevaba de la mano a su nieta, al menos eso parecía, se acercó al borde de un diminuto abismo y se paró sobre una piedra a admirar el espectacular paisaje que tenía frente a sus ojos, no lo de un instante pues frente a mis ojos estaba la fotografía que salvaría mi fin de semana.
En mis pies, el agua que había caído en forma de nieve ya estaba comenzando a volver a su estado más líquido y se mezclaba con la tierra formando una especia de barro, pero no había caso que erguido pudiese conseguir el ángulo requerido para ocultara el sol que estaba detrás de los personajes a inmortalizar. En cosa de segundos tuve que decidir entre lograr el ángulo preciso para obtener un perfecto contraluz o en desmedro de ello evitar el reto de mi amada Sandra cuando me viera apoyando la rodilla en el suelo humedo, pero mi instinto primitivo de prospecto de fotógrafo de National Geographics dijo otra cosa y la decisión fue que un reto más no se notaría. La posición incomoda, cual postura del yoga para alguien que no lo practica, era la única salida. Pero no tardaría mucho pues era cosa de milésimas de segundo para apretar el disparador y terminar con el sufrimiento, cuando escucho la voz del anciano decir “hija, córrase que el señor está tomando una la fotografía al paisaje” a lo cual raudamente contesto “no se preocupe si uds. pueden salir en la foto” y al terminar de hablar suena el ‘click’.
No tenía una segunda oportunidad, el visor de la cámara indicaba con letras parpadeantes FULL y al tratar de conseguir espacio borrando alguna foto previa los actores principales de mi escena ya no estaban ahí. El instante como el tiempo se desvaneció ante mis ojos, pero tenía la certeza que la única fotografía que logré tomar de seguro no había quedado del todo mal. Llegando a casa descargo los bits en mi computadora y comienzo a revisar las fotos hasta que llego a aquella que tanto me costó captar y al momento de apreciarla si bien concluí que el resultado pudo ser mucho mejor me dejó bastante satisfecho pues en parte había logrado plasmar en una imagen aquella escena que tanto me atrajo, no se había perdido en mi memoria como uno más de los recuerdos sino que por el contrario estaba ahí frente a mis ojos nuevamente.
Una vez que llegamos a Olmué pasamos a buscar a nuestros acompañantes y dirigimos nuestro rumbo hacia la cuesta de La Dormida, distante a unos 20 minutos del centro. Al poco rato ya estábamos en la cima tomando las fotos de rigor, jugando a tirarnos algo de nieve y moviéndonos ágilmente para no dar tregua al frío. El lugar estaba realmente repleto de automóviles estacionados y en torno a ellos las personas disfrutando del camino cual si fuera un paseo peatonal, sin dar mayor importancia a que por ahí en los días normales circulaban los vehículos a altas velocidades. Inclusive los carabineros que resguardaban el orden no prestaban mayor interés a las diversas infracciones que se cometían pues todo era sólo disfrutar.
El frío comenzaba a calar hondo y estaba a punto llegar a los huesos, el solo desplegaba sus rayos de forma más tenue y la tarjeta de memoria de la cámara indicaba que sólo quedaban unas 5 fotografías por tomar, era el momento de regresar pues el objetivo ya estaba casi cumplido ya que quedaban sólo algunos Mega Byte para inmortalizar algún instante digital. Pero había que quemar todos los cartuchos como dicen por ahí, así que detuve el automóvil por última vez al borde del camino y dirigí el objetivo a una hermosa nube dispuesta justos sobre la cumbre del imponente cerro La Campana y como la idea siempre es tomar más de un ángulo y/o encuadre disparé 4 de las 5 fotos que quedaban, cuando justo en ese momento un señor de edad que llevaba de la mano a su nieta, al menos eso parecía, se acercó al borde de un diminuto abismo y se paró sobre una piedra a admirar el espectacular paisaje que tenía frente a sus ojos, no lo de un instante pues frente a mis ojos estaba la fotografía que salvaría mi fin de semana.
En mis pies, el agua que había caído en forma de nieve ya estaba comenzando a volver a su estado más líquido y se mezclaba con la tierra formando una especia de barro, pero no había caso que erguido pudiese conseguir el ángulo requerido para ocultara el sol que estaba detrás de los personajes a inmortalizar. En cosa de segundos tuve que decidir entre lograr el ángulo preciso para obtener un perfecto contraluz o en desmedro de ello evitar el reto de mi amada Sandra cuando me viera apoyando la rodilla en el suelo humedo, pero mi instinto primitivo de prospecto de fotógrafo de National Geographics dijo otra cosa y la decisión fue que un reto más no se notaría. La posición incomoda, cual postura del yoga para alguien que no lo practica, era la única salida. Pero no tardaría mucho pues era cosa de milésimas de segundo para apretar el disparador y terminar con el sufrimiento, cuando escucho la voz del anciano decir “hija, córrase que el señor está tomando una la fotografía al paisaje” a lo cual raudamente contesto “no se preocupe si uds. pueden salir en la foto” y al terminar de hablar suena el ‘click’.
No tenía una segunda oportunidad, el visor de la cámara indicaba con letras parpadeantes FULL y al tratar de conseguir espacio borrando alguna foto previa los actores principales de mi escena ya no estaban ahí. El instante como el tiempo se desvaneció ante mis ojos, pero tenía la certeza que la única fotografía que logré tomar de seguro no había quedado del todo mal. Llegando a casa descargo los bits en mi computadora y comienzo a revisar las fotos hasta que llego a aquella que tanto me costó captar y al momento de apreciarla si bien concluí que el resultado pudo ser mucho mejor me dejó bastante satisfecho pues en parte había logrado plasmar en una imagen aquella escena que tanto me atrajo, no se había perdido en mi memoria como uno más de los recuerdos sino que por el contrario estaba ahí frente a mis ojos nuevamente.
Luego compartí mi anécdota-experiencia con algunos amigos de afición quiénes me incentivaron a escribir esta breve historia, la cual comparto con quines llegan a leer mi blog. Estoy seguro no he pasado las penurias de connotados fotógrafos, pero he vivido en carne propia por algunos segundos la flagelo que se siente y el esfuerzo que requiere conseguir la toma ideal.