miércoles, julio 05, 2006

Una nueva estrella


De mi mente se borró el minuto 90 cuando Selman dio el pitazo que marcaba el fin del partido. Para nuestra desgracia los chunchos habían logrado poner en aprietos al eterno campeón y forzaron la definición por penales. Todo me parecía muy injusto ya que más allá del digno desempeño del rival en la final, perder el campeonato no era la recompensa para una campaña esplendida cuya única mancha fue perder con los de la cato. El desempeño en el campeonato no fue menor, porque no sólo significó clasificar a la Copa Sudamericana tras salir primeros en la fase regular sino que el Cacique recuperó mucho de su mística y encantó nuevamente al hincha con un juego alegre y frontal, un capital que nunca se debió perder. Pero en ese instante de sufrimiento e incertidumbre no era el único, estaba acompañado por una concurrencia mayoritariamente Alba en un recinto especialmente habilitado para transmitir la final, en mi querido y calmado Olmué. Y no era cualquier compañía, sino que el fiel reflejo del pueblo colocolino, gente de esfuerzo y humilde, muchos de los cuales quizás venían de terminar una jornada de trabajo agotadora. También había muchos niños, quienes quizás no lograban dimensionar en sus frágiles mentes el momento histórico del cual eran partícipes.

Pero la suerte ya esta echada, la lista de los lanzadores estaba en manos del árbitro y se debía comenzar con el ritual. Fijo mi mirada en la pantalla gigante y logro visualizar una pequeña luz de esperanza ya que el capital Henríquez había ganado el sorteo y el arco elegido sería el del codo Norte del nacional, a los pies de la hincha Alba donde retumban los cánticos de la Garra Blanca. Bravo no estaría sólo, ya que la mitad más uno de Chile estaba representada íntegramente en la galería y su apoyo sería crucial. En eso momento tomo la decisión de no presenciar el lanzamiento de los penales, no por miedo o falta de valentía ya que en más de una ocasión el cacique a llegado a esas instancias y con los años el cuero se pone duro, fue simplemente un acuerdo o cabala que me implicaba dejar de presenciar aquel instante de gloria, en pos de lograr un objetivo superior.

Se da comienzo y mi mayor preocupación es el penal que debía patear Mena, ya que no tiene la clase suficiente, pero a pesar de todo se agradece la hombría que tiene para afrontar tan difícil momento. En mis oídos se escuchan los vítores por penales convertidos por los jugadores albos y los atajados por Bravo, y sólo queda la instancia final cuando Aceval se pone frente al balón pronto a disparar. Sólo pido que le pegue fuerte y abajo, fuerte y abajo… y de golpe retumba el recinto, el locutor grita a los siete vientos que el Cacique es campeón y la algarabía es total, la gente se para de sus asientos y da riendas sueltas a todo tipo de manifestaciones para desahogar todo la alegría retenida. Hay brazos prolongados con mis cómplices, mis sobrinos que fueron los socios en la final. Era todo pura alegría, saltar, cantar, insultar al chuncho que había tenido la osadía de retar al ETERNO CAMPEON. Era un instante de esos que a uno le gustaría eternizar, que se prolongara hasta el infinito. En aquel momento, fue imposible no invocar el recuerdo de mi viejo y estoy seguro que a la distancia brindamos juntos en una copa nueva.

Al final, lograr el campeonato en la definición a penales fue una anegadota, ya que si bien lo idea era ganar en los 90 minutos del segundo partido, nada se compara con ver morder el polvo de la derrota a nuestros eternos rivales. Nada mejor que gritarles en su propio rostro que somos los mejores, el quipo más grande de Chile, aquel que lleva en la sangre eso de ser campeones como dice el cántico de la garra.

Los días han pasado, pero el sabor del triunfo sigue vivo. Sólo me queda dar las gracias al Cacique por darnos esta inmensa alegría a todo el pueblo Colocolino, darle las gracias simplemente por existir ya que una vez más el té es más dulce y la marraqueta más grande.